Katsushika Hokusai. Cascada de Amida en el Camino de Kiso
El momento es incertidumbre y desvalimiento. No es posible aproximarse al momento con certeza absoluta, con una meta preestablecida, para pensar el momento y tratar de entenderlo debemos interrogarnos de otra manera acerca del tiempo.
No es el tiempo concebido como una línea continua donde pasado, presente y futuro recorren un camino sin fluctuaciones ni bifurcaciones.
No es el tiempo como estabilidad, donde las condiciones iniciales se mantienen inmutables, donde entre el origen o el comienzo de algo y su estado terminal no hay cambios.
No es el tiempo como un parámetro fuera de nosotros mismos.
Nuestra concepción debe variar si queremos definir las condiciones donde se da el momento, el momento no fuera sino dentro de nosotros mismos.
En el momento aparece lo nuevo, lo inesperado, lo imprevisto, lo que no se puede predecir ni anticipar, la dirección no está demarcada de antemano.
La dirección se va creando conforme el acto la recorre, es actividad no impuesta desde fuera sino actividad interna. Movimiento interior que produce inestabilidad, tensión y desvalimiento, estamos ante el vacío.
Este vacío e incertidumbre pueden promover el cambio, la innovación, la transformación o también pueden hacer sucumbir el desarrollo que se había conseguido. Atravesar ese vacío nos puede transformar la realidad que vivimos. Ilusiones que mueren y certezas que plantean nuevos interrogantes
Dejar de ser dios o autómata, como dioses lo controlamos todo y el tiempo no pasa, somos eternos, no hay procesos irreversibles, podemos comenzar de nuevo y estamos más allá de la sombra, nada nos hace sombra. Como autómatas, muertos térmicos, que con la inercia y la repetición para ellos tampoco existe el tiempo, se mantienen intactos, conservados y estables, en un comportamiento periódico como el tiempo que marca el reloj.
Autómatas somos cuando creemos que nuestra identidad es inalterable y la imponemos sin dejar de repetir que nuestro yo es inmodificable.
El momento es la abertura por la que tenemos que atravesar para devenirnos hombres, y descubrir que nuestra vida no trae etiqueta de garantía, que estamos expuestos al riesgo del fracaso y regresaremos a la nada. Atravesar ese vacío, esa abertura, nos habla de que no hay evolución terminada y que no hay futuro que no sea peligroso.
Podemos sucumbir o transformar, el riesgo va unido a libertad, una nueva certeza, una nueva forma, un nuevo valor.
Relacionar el momento con una concepción del tiempo interior. También establecer la relación dentro de la teoría moreniana con el juego a ser dios: la caída en el espacio, la ley de la gravedad con la transformación de la omnipotencia en frustración y la otra caída: en el tiempo, al vacío de certezas, y la transformación de lo absoluto e intemporal en inquietud y desasosiego.
Otra relación con la concepción moreniana de la cultura de la conserva, el hombre robot; no será el más apto el que sobrevivirá sino el más creador.
La adaptación no puede ser mecánica, lo que funciona una vez puede fracasar otra. La vida es un proceso irreversible y la inestabilidad, lo no seguro, el desequilibrio, son una realidad; es para esa realidad que hay que transformarse. El equilibrio hace anularse las diferencias y detener los procesos, el universo moreniano es un universo cambiante, inestable, inseguro, y el hombre deberá buscar en cada situación una respuesta para diferenciarse cada vez más y lograr su coherencia como ser libre.
RUTH TARQUINI
Texto leído en el Encuentro Internacional “El Psicodrama y el Futuro”, Barcelona, noviembre 1988.
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